La gran desilusión

EFECTIVAMENTE, conforme pasan los días y Rajoy es incapaz de darle una salida razonable, o simplemente de dar una respuesta que no sea un insulto a la inteligencia de los ciudadanos, empezamos a ver que lo peor del caso Bárcenas es que ha destruido la confianza moral de la media España que creía y tenía derecho a ella. Porque aspiró a una forma de hacer política que no tuviera que ver con las trampas criminales del socialismo felipista y porque creyó haber encontrado, votado y llevado al poder al partido capaz de hacerlo. De demostrar que se podía luchar contra el terrorismo etarra con la Ley en la mano, sin los crímenes de los GAL ni las conversaciones de Argel. De demostrar que se podía entrar en el euro –al margen de lo que hoy pensemos de él, entonces era un objetivo nacional– cumpliendo todos los requisitos de la Unión Monetaria que el Gobierno de González, Solchaga y Solbes eran incapaces de cumplir. De demostrar también que se podía crear empleo en España, como nunca antes. De crear en torno a nuestro país una aureola de eficacia y de modernidad económica, con grandes inversiones en infraestructuras que, aunque caras, han quedado ahí, y que nos hicieron incluso antipáticos en Europa. No fue malo el cambio: pasar de menesterosos crónicos a prósperos flamantes, siquiera por un rato.

Eso lo consiguieron los gobiernos de Aznar o el PP de Aznar y eso es lo que recordaban los que votaron a Rajoy, cuando perdió y cuando ganó. Y aunque del impulso político no quedó nada en la segunda legislatura de Zapatero, se mantenía la ilusión, que dicen que es lo último que se pierde. Con Rajoy estamos consiguiendo destruir en menos de dos años no sólo esa esperanza sino la nostalgia de un gobierno y un partido, el PP, a la altura de lo que España merece. Si a mí me hubieran dicho entre el 94 y el 96 que los líderes del PP se llevaban sobresueldos o comisiones en dinero negro, como unos filesios o sarasolos cualesquiera, no me lo hubiera creído. Claro que hubiera escrutado datos y pruebas, pero me hubiera parecido imposible, al menos hasta la Boda de El Escorial. Y sin embargo, está claro que lo hicieron y lo supieron ocultar. Con Mariano ha estallado aquella burbuja de confianza, de autosatisfacción histórica en la derecha liberal. Lo único que tendremos que agradecerle es el desengaño.